Una historia de “aparecidos”
Aguascalientes es una Ciudad y un estado con múltiples
facetas y ángulos increíbles. Así podemos pasar una noche caminando por sus
calles, gozando de su vieja arquitectura y de sus callejones dormidos a la luz
de los faroles, buscando las consejas antiguas, que nos hablan de fantasmas,
aparecidos y espíritus que vagan por nuestras calles como testigos mudos de un
crecimiento que nos asombra y nos deja siempre con la pregunta: Y… ¿ahora qué
sigue?
Recorriendo las calles de la Ciudad, vienen a nuestra
memoria las historias de fantasmas y otros misterios de la ciudad que ahora
queremos compartir con nuestros lectores y que sin duda, forman parte de las memorias
de nuestra urbe, cuya tradición oral pasa de boca en boca y que nos ayuda a
construir un tejido social único, en donde la familia como núcleo de unión,
comparte a la luz de las velas o en la oscuridad, los relatos de las abuelas,
tíos o papás, quienes informan a las nuevas generaciones acerca de los seres de
otros mundos, de los misteriosos personajes que brotan de la memoria colectiva
para hacer que nuestra metrópoli tenga una personalidad única, entre voces y
lamentos, sombras y luces de seres extraordinarios que se entremezclan en
nuestras historias familiares, vecinales y citadinas.
Las viejas casas del Centro de Aguascalientes guardan
muchas historias de fantasmas y aparecidos entre sus muros.
Nos relatan que había una casa muy vieja en la calle de José F. Elizondo en donde los dueños querían saber por qué había tantas sombras y apariciones y contrataron a un “busca-tesoros” quien al realizar su trabajo, vio pasar a un hombre por uno de los pasillos, quien le señalaba una baldosa del patio, pero cuando se acercó más, desapareció como por encanto.
El buscador creyó que le señalaba un tesoro y ocultando a los dueños de la casa el objetivo, empezó a cavar a escondidas. Entre más escarbaba, más pesado se le hacía el trabajo y cuando ya sintió algo debajo de la tierra, pensó que descubriría algo. En ese momento volteó hacia una columna del patio antiguo de la casona y ahí vio otra vez al presunto anciano, quien le dijo que ese tesoro no era para él y le pidió que comentara a los verdaderos dueños –quienes eran al parecer parientes del “aparecido”— que ellos eran los únicos que podían desenterrar el dinero y pidió, además, elevaran oraciones por su alma que andaba penando.
El buscador, demudado, abandonó la obra. Volvió a
enterrar toda la tierra y les comunicó a los propietarios acerca de su visión y
que el fantasma le había informado acerca de que había un “entierro”, pero no
les dijo en dónde indicó el espíritu que lo hallarían.
Los propios dueños admitieron que los trabajadores que
arreglaban el lugar, nunca terminaban su obra porque los asustaba el fantasma
de ese ancianito.
Los albañiles siempre salían con miedo y abandonaban la
obra, poniendo pies en polvorosa.
Pero volviendo al relato, el dueño fue al patio y vio la baldosa removida, de ella salía una luz incandescente, entonces su mujer le dijo que ahí había un tesoro. Sin embargo no lo creyó, pero en esa misma noche soñó al anciano, quien se le reveló y le dijo que por su tacañería nunca había querido compartir ese dinero en vida, pero que su alma iba a andar “penando” hasta que alguien de su familia desenterrara el oro.
Le comentó a su esposa tal situación, empezó a escarbar y
¡oh sorpresa!, dio con un pequeño baúl repleto de centenarios, con lo que
corroboró que el “entierro” le correspondía a él y no al buscador contratado,
quien aunque nunca quiso decirle nada, no pudo evitar que el destino se
cumpliera y el deseo del difunto se expresara fielmente al entregarle sólo a su
descendiente ese oro.
Y aquél, justo en el lugar en el que vio a su ancestro de
pie, colocó una veladora para darle luz y además, le envió decir una misa.
Acerca de la finca, ya no quiso seguir arreglándola
porque iba a destinar mucho dinero o tal vez por miedo de encontrarse de nueva
cuenta con el ánima que ahí deambulaba o deambula, ¿cómo lo podremos saber?
Si era mucho o poco dinero, el hallazgo de centenarios de
oro, siempre será un misterio, pues de eso nada cuenta la conseja que nos fue
relatada por un ancianito en las inmediaciones del Jardín de San Marcos, muy
cercano al lugar en donde sucedió este acontecimiento extraordinario del que
fue testigo cercano, pero prefirió guardar su anonimato por miedo a que lo
crean loco o fantasioso y nosotros cumplimos con relatarlo para ustedes,
queridos lectores, dentro de las leyendas de nuestra Ciudad, memorias que
guardan los ecos de las voces del pasado y también de ultratumba.
Matilde Arteaga