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jueves, 31 de julio de 2014


DOSSIER



Arquetipos y simbología de la tauromaquia




El origen sagrado del toro



En torno al toro existen numerosas pinturas rupestres en que abundan las representaciones del uro (el toro de lidia actual procede del extinto uro) localizadas en gran parte de Europa y, de manera especial en España, Italia y Suiza. Según numerosos arqueólogos, estas figuras fueron realizadas con finalidades mágicas para propiciar la existencia de una abundante caza.



Es muy sugerente la hipótesis de que la primera corrida de toros provenga de los pueblos atlantes. Y es que en el Critias y en el Timeo, en los diálogos de Platón, se nos dice que los diez reyes de la confederación atlante se reunían una vez al año para dirimir los problemas de su alianza. Y el filósofo ateniense, que había recibido estas informaciones vía Solón, a través de los conductos herméticos del Antiguo Egipto, nos dice literalmente que para celebrar este acontecimiento organizaban los atlantes una ceremonia durante la cual el matador, trapo en mano, degollaba a una res luego de capturarla con arreglo al ritual programado.



Sí hay constancia del nacimiento del toro como animal sagrado durante la era de tauro -que corresponde a los años 4513 a 2353 antes de Cristo-. En todas las culturas mediterráneas y en el mundo celta, la creencia mágica en las virtudes genéticas del toro y su transmisión al hombre, le hicieron figura sacra y objeto de culto de numerosos ritos religiosos y celebraciones festivas. Una pequeña muestra es el mazdeísmo que profesaba que el toro había sido el primer ser vivo creado. El Indra védico es el Toro divino, como Marduk o Anu en Babilonia incluso como Horus en Egipto. Heliópolis, por ejemplo, era un centro de adoración del Toro de Ra.






Hace seis mil años en Creta, radiante cuna de la civilización pre-helénica, se celebraba el culto al toro con ejercicios taurinos realizados por acróbatas femeninos. Es posible que hubiese una relación entre Creta y el sur de España y hay dos modos de interpretar las rústicas figuras taurinas de la Edad de Bronce en España: como valor autóctono o influencia cretense. Según Diodoro de Sicilia, el toro en Hispania tuvo carácter sagrado desde que Hércules, fundador de Sevilla, regaló tres toros a un reyezuelo nativo.





El culto del dios sol-Mitra pasó directamente del mundo indo-ario al latino, su vehículo de expansión fueron las legiones romanas y tenía al toro como centro de sus ritos. El clero mitraista reprochaba a los cristianos que tomaban de su religión muchas cosas, entre otras que plagiaron, en su purificación por la sangre del cordero, la purificación por la sangre del toro. En el momento en que el emperador Constantino se convierte a la religión de Cristo se intenta acabar con estos ritos. Pero este culto solar estaba profundamente arraigado y el cristianismo tuvo que conservar e integrar elementos de la religión del dios-sol Mitra, para conformar un sistema en mayor o menor medida sincrético. A pesar de adaptarlas, los teólogos -que conocían el origen pagano de las fiestas taurinas- llegaron a calificarlas de “espectáculo de demonios”, no dispensando sepultura cristiana al muerto por asta de toro, al igual que los suicidas. Ni las bulas de León X en 1517 ni la de Pío V en 1570 lograron arrancar al pueblo unos ritos que, sin saberlo, hacían alusión velada a divinidades paganas. 


Significación mágico-simbólica

La tauromaquia representa el sacrifico primigenio, que en algún momento no sólo dio sentido al mundo sino que configuró su orden cíclico y cuya vivencia en los pueblos antiguos significaba la preservación de la vida misma, del ordenamiento del mundo.

Jung decía que cuando un ser humano está delante de un símbolo arquetípico, aunque éste proceda de una tradición religiosa, espiritual o cultural distinta, experimenta una emoción a veces inexplicable. El toro es un arquetipo de los pueblos ibéricos o, todo lo más de los pueblos mediterráneos, o, si nos vamos muy lejos, de los pueblos atlantes.





La fiesta de los toros es una opera aparte en la cual confluyen numerosos motivos esotéricos y no esotéricos del inconsciente colectivo. Por ejemplo, la fiesta reproduce el esquema del laberinto. No en balde Teseo se adentra en el laberinto de Knossos para enfrentarse al Minotauro, un ser que simboliza las pesadillas del subconsciente y, en definitiva, el espíritu del mal. Pues bien, al igual que el recinto donde se atrinchera el Minotauro, también el coso es un laberinto, dividido como está entre la andanada, la grada, los tendidos, la barrera, la contrabarrera, el callejón, los burladeros, el centro. Por ello, en la medida en que el laberinto es un arquetipo de todos los pueblos de la tierra, cualquier persona, al margen de su origen ibérico, puede tener acceso a ese mundo mágico de la tauromaquia.

También tiene una explicación erótica relacionada con la fecundidad y la descendencia, cuando el diestro sale a la plaza es yin, mujer. Lleva cinturita estrecha, luce lentejuelas en su atavío, usa zapatos femeninos, y además se contonea, se pavonea, abre la capa. Por el contrario, el toro es yang, es la fuerza viril, el macho por antonomasia. Luego, a lo largo de la corrida, en esta especie de bodas entre el cielo y el infierno, se va consumando una transformación. Al entrar en contacto con la bestia, el torero va convirtiéndose en macho, al tiempo que el toro pierde su fuerza y se vuelve hembra. Cuando llega la hora de la verdad, el diestro ha de introducir un falo -la espada tiene forma fálica- en el hoyo de las agujas, un espacio con forma de triángulo isósceles, el símbolo del sexo femenino desde la noche de los tiempos. 


Al final, si el falo entra debidamente y alcanza el punto G, el toro cae despatarrado y se rinde. Como sucedía con el esquema laberíntico de la plaza, no hay duda de que esto también es un arquetipo universal.


En el tercio de la suerte de capa también aparece esta explicación relacionada con rituales mágicos, en tiempos antiguos la capea era parte del rito nupcial, se trataba de un contacto mágico de la capa del esposo (del torero) y el toro, cuya finalidad era recoger en los vestidos la potencia genésica de la res. La protagonista de este ritual mágico de contacto era la mujer, sobre todo en culturas de orientación matriarcal, y es que en el toro es un gigantesco condensador de energías procreativas. En la suerte del estoque también hay un fenómeno religioso, en su origen la muleta eran sábanas de la cama nupcial de color blanco, ésta se fue tiñendo de rojo como reflejo de la costumbre de exponer las sábanas de la reina o la princesa recién casadas para demostrar al pueblo que su matrimonio se había consumado, con lo cual habría descendencia y, por lo tanto, la dinastía tenía asegurada su continuidad.



Significación arquetípica-cósmica


Hace miles de años, por efecto de un tercer movimiento de la tierra, que provoca la precesión de los equinoccios, el sol abordó el equinoccio de primavera, en el signo del zodiaco que recibe el nombre de Tauro. Este signo de la constelación celeste fue considerado como el signo del sol primaveral, del sol fecundador, del Dios sol. El reconocimiento popular y los homenajes rendidos al Sol, se dirigieron naturalmente hacia el signo del zodiaco que era su símbolo, hacia el signo del Toro, el cual siendo partícipe, en alguna forma, de la acción del sol fecundador fue, en este aspecto, identificado con el astro. Se le rindieron honores y se le atribuyeron sus virtudes, poder y beneficios. 


Este signo abandonó el objeto significado, se convirtió en un dios y se adoraron las representaciones del Toro celeste. El entusiasmo religioso fue más lejos; no sólo se adoraban las representaciones del Toro zodiacal, sino que incluso un toro vivo gozaba de honores divinos. Fue así como el toro, la bestia mágica, signo dibujado, pintado o esculpido, en los zodiacos artificiales, fue identificado con el sol de primavera, se convirtió en TORO-SOL y , metamorfoseado en toro vivo, fue adorado como un dios, un dios solar.






La corrida de toros es una fiesta solar. El color dorado de la tierra del albero reproduce el color del sol en el crepúsculo. Y una de las funciones principales del matador consiste en derramar la sangre del animal más fuerte, el toro, y así devolver a la tierra (simbólicamente el mapamundi) la vida, la energía, la fuerza que está desapareciendo al caer el sol. 


En el culto mitraico los monumentos simbólicos al Dios-Sol Mitra muestran un toro que es sacrificado y cuya sangre purificaba a aquellos sobre los cuales se extendía, un rito denominado Taurobolio. Existía la creencia (como vestigio de un rito de regeneración agrícola) que de la sangre del toro brotaban las vides, de la médula, el trigo y de su semen, los animales. En este culto, el toro es visto como fuente de vida, al que es preciso matar, permitiendo así nacer todo: el acto de matar es igual al de crear. En la corrida el torero se viste de luces como vestigio arqueológico del culto mitraico (que empieza en Persia, donde Mitra es dios de luz e intercede entre el hombre y los dioses) como si quisiese ser un trasunto del mismo Mitra, ser un dios solar o, más bien, el torero se convertiría en un sacerdote pagano manejando las energías cósmicas.

En la simbología en torno a estas tauromaquias míticas también se asimila el toro con una divinidad lunar. La posesión de cuernos que representan las fases de la luna y el color negro de muchos de los astados condicionan esta analogía. Si ahora consideramos que la luna es el símbolo de la noche y que la oscuridad es el de la muerte, no resulta difícil comprender este “salto” de una imagen real a otra mitológica. La luna simboliza también la periocidad de las estaciones y, por tanto, de las cosechas. Muerte y Vida vuelven a relacionarse ya que para la mentalidad primitiva no regía el principio de contradicción, no le era absurdo creer firmemente que la sangre del toro poseía un inmenso poder fecundante. El toro negro representa a un dios de la oscuridad al que simbólicamente hay que matar para que el hombre (ser de luz) pueda vivir.

El toro representa en la conciencia de los hombres la energía primitiva y salvaje y, al mismo tiempo, la ultra potencia fecundadora. El hombre debe conducir y disciplinar la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde vencer en sí mismo la animalidad primigenia, los elementos taurinos que hay en él: la adoración de la fuerza erótica y muscular igualmente agresivas. Su antagonista más evidente en su voluntad de purificación es el toro. La corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. Así pues la corrida de toros, a pesar de sus acompañamientos espectaculares, es en realidad un misterio religioso, un rito sacro. Con sus subalternos o acólitos, el torero es una especie de sacerdote de los tiempos paganos, pero al que el cristianismo ya no puede condenar. El torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su estoque no es otra cosa que el descendiente supérsite del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes paganos. Y así como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarse de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada tiene de extraño que pueblos católicos como los nuestros, en Europa y en la América española, concurran a este rito sacro, aun cuando no comprendan con claridad la íntima significación del mismo. Si no con su inteligencia, con sus entrañas, saben que desde hace miles de años adoran al Sol y al toro.

Es realmente sorprendente que, en los veinte minutos que dura la lidia según el Reglamento taurino, se hayan condensado rituales y conductas de tan distinto origen y significación. Y es que aplicando una de las leyes de la termodinámica al campo de los mitos, en el inconsciente colectivo nada se pierde ni se destruye, sino que sólo se transforma.

Hace miles de años, por efecto de un tercer movimiento de la tierra, que provoca la precesión de los equinoccios, el sol abordó el equinoccio de primavera, en el signo del zodiaco que recibe el nombre de Tauro. Este signo de la constelación celeste fue considerado como el signo del sol primaveral, del sol fecundador, del Dios sol. El reconocimiento popular y los homenajes rendidos al Sol, se dirigieron naturalmente hacia el signo del zodiaco que era su símbolo, hacia el signo del Toro, el cual siendo partícipe, en alguna forma, de la acción del sol fecundador fue, en este aspecto, identificado con el astro. Se le rindieron honores y se le atribuyeron sus virtudes, poder y beneficios. Este signo abandonó el objeto significado, se convirtió en un dios y se adoraron las representaciones del Toro celeste. El entusiasmo religioso fue más lejos; no sólo se adoraban las representaciones del Toro zodiacal, sino que incluso un toro vivo gozaba de honores divinos. Fue así como el toro, la bestia mágica, signo dibujado, pintado o esculpido, en los zodiacos artificiales, fue identificado con el sol de primavera, se convirtió en TORO-SOL y , metamorfoseado en toro vivo, fue adorado como un dios, un dios solar.

Como vemos, muy lejos se remonta la religión del toro, se pierde en los tiempos. El mazdeísmo profesaba que el toro había sido el primer ser vivo creado. El Indra védico es el Toro divino, como Marduk o Anu en Babilonia, como Horus en Egipto. Heliópolis era un centro de adoración del Toro de Ra. Los hebreos tomaron prestado de los egipcios del becerro de oro. Hace 6 mil años en Creta, radiante cuna de la civilización pre-helénica se celebraba el culto al toro con ejercicios taurinos. En Grecia, Júpiter tomaba la forma de toro para seducir a Europa. Pasifae se entregaba a un toro blanco, que la hacía madre del Minotauro. En Tesalia, las tauro-catapsias eran análogas a la tienta hispánica y a la ferrade de la Camarga. Los germanos adoraban a Thor o toro, cuyo ídolo se encontraba en Upsal en el templo del sol. Según Diodoro de Sicilia, el toro en Hispania tuvo carácter sagrado desde que Hércules, fundador de Sevilla, regaló tres toros a un reyezuelo nativo. Fue Julio César el introductor de los combates de toros en Roma donde perduraron hasta el final del Renacimiento. Los romanos tuvieron su toro expiador y reparador. Los monumentos simbólicos al Dios-Sol Mitra muestran un toro que es sacrificado y cuya sangre purificaba a aquellos sobre los cuales se extendía : el Taurobolio.



El Mitraismo fue aquella religión que en un cierto momento amenazó el triunfo del cristianismo. Como bien escribió Renán “si el cristianismo hubiese sido detenido en su marcha por alguna enfermedad mortal, el mundo habría sido mitriaco.” El culto del dios sol-Mitra pasó directamente del mundo indo-ario al latino, su vehículo de expansión fueron las legiones romanas que lo acogieron muy entusiastamente pues se trataba de un dios protector de los guerreros, rasgo que lo acompañó siempre e hizo de su religión un culto vinculado a la milicia. Esta religión, que embriagara a las legiones romanas, pasó a la plebe y a las clases superiores llegando a contar con el favor imperial. Cómodo se hizo iniciar en las ceremonias sangrientas de la liturgia y entonces los altos dignatarios del Imperio siguieron su ejemplo y se convirtieron en celosos guardianes del culto al dios-sol Mitra. Mitraismo y Cristianismo lucharon con dureza a causa justamente de sus analogías . El clero mitraista reprochaba a los cristianos que tomaban de su religión muchas cosas, entre otras que plagiaron, en su purificación por la sangre del cordero, la purificación por la sangre del toro. Sin embargo el cristianismo, tras muchos combates, termina prevaleciendo; el emperador Constantino se convierte a la religión de Cristo dándole un enorme impulso. En cuanto pueden, los cristianos, a su vez se convierten en perseguidores y dan muerte a los mitraistas. 

Pero este culto solar estaba profundamente arraigado; el cristianismo tuvo que conservar e integrar elementos de la religión del dios-sol Mitra, para conformar un sistema en mayor o menor medida sincrético, como son sincréticos todos los sistemas culturales. De ahí viene, tras muchas confrontaciones marchas y contramarchas, una especie de entendimiento entre la Iglesia Cristiana y la supervivencia tauromáquica del mitraismo. La fe en el toro muerto santamente pasaba del taurobolio y del mitraismo al culto cristiano. El Imperio muerto se alzaba de su tumba para desposarse con la Iglesia viviente que había querido matar.



Pío V excomulgó a los taurinos. La excomunión fue suprimida por Gregorio XIII. Pero Sixto V, dirigiéndose al obispo de Salamanca, la había restablecido . El claustro salmantino se niega a obedecer y es el gran Fray Luis de León quien redacta la protesta. Hasta que por fin Clemente VIII reconoce que las corridas son una escuela de valor, que pertenecen al patrimonio de España y levanta la excomunión. Entonces comenzó, para continuar hasta nuestros días, la comunión de Iglesia y Tauromaquia.


¿Qué es lo que representa el toro en la conciencia de los hombres? 


La energía primitiva y salvaje y al mismo tiempo la ultra potencia fecundadora. El hombre debe conducir y disciplinar la fuerza con la inteligencia, debe ennoblecer y sublimar el sexo con el amor. Le corresponde vencer en sí mismo la animalidad primigenia, los elementos taurinos que hay en él: la adoraciön de la fuerza erótica y muscular igualmente agresivas. Su antoganista más evidente en su voluntad de purificación es el toro. La corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. Así pues la corrida de toros, a pesar de sus acompañamientos espectaculares, es en realidad un misterio religioso, un rito sacro. Con sus subalternos o acólitos, el torero es una especie de sacerdote de los tiempos paganos, pero al que el cristianismo ya no puede condenar. El torero es el ministro cruento en una ceremonia de fondo espiritual, su estoque no es otra cosa que el descendiente supérstite del cuchillo sacrificial que utilizaban los antiguos sacerdotes paganos. Y así como también el cristianismo enseña a los hombres a liberarse de las sobrevivencias bestiales que hay en nosotros, nada tiene de extraño que pueblos católicos como los nuestros, en Europa y en la América española, concurran a este rito sacro, aun cuando no comprendan con claridad la íntima significación del mismo. Si no con su inteligencia, con sus entrañas, saben que desde hace miles de años adoran al Sol y al toro.



En el mundo moderno existen otras razones que ya bordean el límite de la salud mental y que a veces entran en la patología. Por dinero, por honor, porque ha sido lavado el cerebro por los que le dominan. Como ejemplo claro están los ejércitos, en los que los soldados son empujados a morir por defender a su país, pues les han inculcado que su vida no vale nada en comparación con la existencia de su patria.


Con los toreros sucede exactamente lo mismo. La simbología de la plaza, la presión de los asistentes, el ruedo, la adrenalina, la sangre derramada y el toro que acorrala e invita al desafío al matador, representa el escenario ideal para alguien que siente una atracción por la muerte y por jugar con ella. Por su parte, los toreros que se someten a este desafío al peligro inducido desarrollan lo que se llama “adicción a la adrenalina”, pero ¿cómo se produce y cómo trabaja la adrenalina en el organismo?

La adicción a la adrenalina

De acuerdo a la ciencia médica, todo se inicia en el cerebro, que al percibir pánico o furia, ya sea real o potencial, envía señales a las glándulas suprarrenales, las cuales vierten en el torrente sanguíneo dos hormonas, adrenalina y noradrenalina, responsables de aumentar la presión arterial y la frecuencia del ritmo cardíaco, liberar el azúcar almacenada en el hígado y relajar ciertos músculos. Con esta inyección de adrenalina natural el cuerpo agudiza sus sentidos y produce un estado de excitación, y por ende el deseo de romper los límites.

Esta misma adicción la sufren los deportistas extremos e incluso los homicidas múltiples, como fue el caso de Daniel Arizmendi, un peligroso secuestrador y asesino mexicano quien ha declarado que los últimos secuestros que realizó en su carrera criminal ya no los llevó a cabo por dinero, sino por la adicción a la adrenalina y la necesidad de sentirse en peligro de ser atrapado.

Los aficionados y su patología de observar la muerte

De acuerdo a un estudio realizado por Cecilio Paniagua titulado Psicología de la afición taurina, es interesante observar cómo el fenómeno de la tauromaquia puede afectar la psique de sus espectadores. La tauromaquia, de acuerdo a este estudio, cumple la función de desahogo y proyección de pulsiones instintivas reprimidas, especialmente de índole sádico, es decir, el aficionado da por hecho y como parte de espectáculo taurino el dolor, la sangre y la muerte, ya sea del toro, el torero o cualquiera de su cuadrilla e incluso los caballos, que en ocasiones son corneados por el toro.

Desde el punto de vista del Psicoanálisis se desarrolla una lucha interna entre el “Ello", que es parte de los instintos y el “Súper Yo”, que maneja la conciencia. Existe la disyuntiva interna de que incluso el torero sea corneado por el toro en algún momento de la faena, todo un placer culpable. De no ser así no sería comprensible el cuestionamiento y el reclamo que se le hace al torero en la plaza cuando no se “arrima” al toro, que no arriesga lo suficiente su vida en la faena o en su caso que no sabe matar adecuadamente.

Desde el punto de vista semántico también resulta interesante el analizar los nombres o vocativos que se utilizan en la fiesta brava. Términos como “matador”, “picador”, “banderillero”, etc, son factores que influyen en la manera de ver el espectáculo taurino y en los aspectos psicoanalíticos antes mencionados.