MILAGROS DE FE O SIMPLES FRAUDES
Desde hace muchos años, las historias de curaciones por la fé y de cirugías psíquicas han fascinado a la gente y han constituído verdaderas esperanzas para aquellas familias con un miembro desahuciado por la ciencia médica.
Especialmente en Brasil y en las Filipinas se ha conocido la existencia de personas con facultades tales, capaces de diagnosticar, curar e incluso practicar operaciones quirúrgicas sin utilizar instrumental y ni siquiera ser médicos.
Tal fue el caso de un brasileño llamado José Pedro de Freitas, apodado José Arigó que llegó a ser famoso por su capacidad para practicar cirugías sólo con sus manos desnudas, sin el uso de antisépticos y mucho menos de anestésicos.
Naturalmente que estas formas de curación, por desafiar las leyes de la ciencia y de la lógica, no solo han sido ignoradas, sino francamente desprestigiadas, pues aún cuando existen cientos si no es que miles de filmaciones de estas increíbles prácticas, siguen bajo escrutinio constante y se afirma que son solo fraudes y trucos a base de efectos especiales y que sus practicantes son solo prestidigitadores o magos que utilizan juegos de manos para engañar.
Tal vez algunas de las historias de cirugías psíquicas más famosas de todos los tiempos, se escribieron en Brasil, cuando este ex-minero conocido como José Arigó se hizo famoso en 1950, ya que tras sufrir durante mucho tiempo terribles e incesantes dolores de cabeza recibió la revelación, de que el espíritu del doctor alemán Adolph Fritz estaba tratando de curar a través de él, y tras decirle que solo encontraría la paz ayudando a las personas enfermas y afligidas que se acercaran a él, comenzó a actuar por su intermediación, es decir, lo eligió como su medium.
Siendo aún minero, cuenta la historia, le tocó asistir a una reunión en la ciudad de Belo Horizonte, en el mismo hotel donde se alojaba el senador Lucio Bittencourt, a quien acababan de diagnosticar con un tumor canceroso y quien tenía planeado viajar a los Estados Unidos a someterse a una cirugía, justo después de la reunión. Esa misma noche, sin previo aviso, el curandero en estado de trance entró en la habitación del senador llevando una navaja de afeitar y practicó una incisión en el pecho del hombre y retiró un gran tumor. Al día siguiente, ninguno de los dos recordaba nada, pero el senador se espantó al amanecer con su pijama manchado de sangre. Corrió al médico, quien le mandó tomar radiografías, comprobando que el tumor había desaparecido misteriosamente.
Las noticias no se hicieron esperar mucho. El médico estaba altamente satisfecho del resultado de lo que suponía que era la cirugía estadounidense. El tumor había sido extirpado "mediante una técnica desconocida en Brasil", y las esperanzas de recuperación eran ahora muy grandes. Entonces Bittencourt contó a su médico lo sucedido; y no sólo a él, sino a cuantos quisieron escucharlo. Todos los periódicos de Brasil lo publicaron.
Según la historia, mientras Arigo se dedicaba a curar gente por medio de sus cirugías psíquicas, sus dolores de cabeza se retiraban, pero volvían cuantas veces dejó la práctica.
La fama no siempre es buena y en el caso de José Arigo, le ganó que en 1957 el gobierno de Brasil lo arrestara por práctica de la medicina sin licencia, aún cuando sus seguidores y pacientes se contaban por miles. Tal vez, debido a que tenía amigos en círculos altos e importantes, fue liberado pocos meses después.
En 1964, nuevamente fue arrestado, ahora por practicar la brujería y después de pasar siete meses en la cárcel, al no haber quien declarara en su contra, nuevamente fue puesto en libertad. Sin embargo durante su encarcelamiento, continuó practicando sus tratamientos a las personas que acudían a verlo a la prisión.
El Dr. Puharich, investigador de los fenómenos parapsicológicos y licenciado en medicina por la Northwestern University de Illinois, había oído hablar de las notables curaciones de Arigó y fue a Brasil para verlo por sí mismo.
El primer día de su investigación, Puharich y sus colaboradores se encontraron con mas de doscientas personas esperando que Arigó abriera su clínica, (la cual era una iglesia abandonada), a las 7 de la mañana. Luego de una pequeña meditación a solas, Arigó transformó su humilde presencia a solemne e imponente y su tono de voz se volvió cortante. El intérprete notó un marcado acento alemán en su portugués, con el que se mezclaban palabras y frases sencillas en alemán. Condujo a los investigadores a su sala de tratamiento. "Vengan", dijo, "Aquí no hay nada que ocultar. Me alegra que ustedes lo presencien."
Lo que Puharich vió ese día lo dejó asombrado. El primer paciente era un varón a quien Arigó empujó bruscamente contra la pared. Después tomó una cuchilla de raspar pieles de diez centímetros de largo, y se la insertó al paciente entre el globo ocular y el párpado izquierdos, raspando y presionando hacia arriba dentro de la cuenca con gran fuerza. Pero el hombre parecía imperturbable. Al fin Arigó retiró el cuchillo, vio una mancha de pus en la hoja y dijo al hombre que se pondría bien. Después limpió la hoja en su camisa y llamó al siguiente. Inmediatamente El Dr. Puharich examinó el ojo. No encontró sangre ni heridas. La operación había durado menos de un minuto.
Arigó trabajó de esa manera durante toda la mañana, sin usar anestésicos ni tomar la menor precaución contra las infecciones. Por lo que pudieron ver los investigadores, no utilizaba ningún tipo de sugestión hipnótica. Los pacientes apenas sangraban y no parecían sentir dolor. La mayor parte de las veces, el tratamiento se limitaba a una receta, que Arigó escribía a gran velocidad y sin la menor vacilación.
Puharich y un periodista de Sao Paulo, Jorge Rizzini, instalaron una cámara de cine en la sala de tratamientos, dispuestos a desentrañar el misterio. Si Arigó no era más que un experto prestidigitador, tratarían de filmar sus trucos. Arigó trabajó hasta la una de la madrugada. En un solo día había atendido a unas 200 personas.
Tratando de conseguir evidencias de la falsedad del curandero, el Dr. Puharich recordó que él mismo tenía un pequeño tumor en la parte interior del codo derecho, de los llamados lipomas, benigno pero molesto. Le pidió a Arigó que se lo extirpara a lo que Arigó accedió sin vacilar.
Enseguida pidió una “buena navaja" para operar, le pidió al doctor que levantara la manga de su camisa e hizo un pequeño corte en el brazo, menos de diez segundos después puso en la mano del americano un trozo de tejido húmedo y resbaladizo, era el lipoma extirpado. Puharich nunca experimentó el más mínimo dolor.
A pesar de las condiciones antihigiénicas y de no haber usado puntos de sutura para cerrar la incisión, curó rápida y limpiamente.
De las cirugías psíquicas de José Arigo, se documentaron cientos de ellas y entre ellas una operación de cataratas presenciada por un juez llamado Felipe Immesi que la describió así: “lo ví tomar un cortauñas, limpiarlo en su camisa y cortar directamente la córnea del paciente. La persona operada estaba consciente y en cuestión de segundos, extrajo la catarata, secó el ojo operado con un algodón y terminó”.
Otra más, en la que extrae un tumor cerebral a través de los orificios de la nariz de un hombre y otras impresionantes cirugías en personas totalmente conscientes, rodeado de asombrados médicos y camarógrafos.
Es normal dudar de tales portentos sin ser testigos directos, pero la duda queda en cuanto a que si fue un prestidigitador como se le llamó, es posible que haya podido engañar a algunas personas que presenciaron su actuación, ¿pero engañar a millones durante muchos años?
Contra la posibilidad de que Arigó fuese sólo un hábil mago están los siguientes hechos: que indiscutiblemente curó a numerosas personas, que hacía incisiones reales, que apenas sangraban y sanaban a pesar de lo antihigiénico de las condiciones; que sus pacientes experimentaban muy poco o ningún dolor en el curso de la intervención y después, a pesar de la falta de anestésicos; que era capaz de diagnosticar las enfermedades a primera vista y escribir prescripciones acertadas, a pesar de haber tenido poca educación escolar y ninguna médica, y que, por lo que se sabe, nunca aceptó dinero por su trabajo médico, sino que mantenía a su familia trabajando en un empleo común y corriente.
José Pedro de Freitas, falleció en un accidente automovilístico a principios del año 1971.
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