LA MUERTE SEGÚN EL BUDISMO
LA MUERTE UN REGRESO A LA VIDA
Todas las grandes tradiciones espirituales de la humanidad se han desarrollado a partir de la experiencia viva de seres humanos que han dedicado su energía, mente y espíritu a la realización del misterio de la existencia.
Es muy inspirador acercarse a conocer cuáles son los fundamentos de todas estas tradiciones y sentir que, más allá de las formas, lo esencial es idéntico, que cada tradición aborda el Misterio desde una perspectiva diferente, pero todas, sin excepción, apuntan a lo mismo, todas “señalan con distinto dedo la misma Luna”.
La médula de las enseñanzas budistas transmite una profunda sabiduría sobre la naturaleza de la Realidad y de nuestra existencia, sobre el nacer y el morir, sobre el origen del sufrimiento y su cesación, sobre el conocimiento de la naturaleza de la mente, y de cómo alcanzar un estado de plenitud y realización.
Y también el budismo enseña cómo afrontar la disolución progresiva que supone el proceso de la propia muerte en los niveles físico, emocional, mental y espiritual. El budismo concibe la muerte como imbricada íntimamente con la vida, como parte de la existencia. Y así como la respiración es una sucesión de inspiraciones y espiraciones, así ocurre con el fenómeno de vida-muerte: cada pérdida es una pequeña muerte, el crecimiento es un morirse a la forma vieja, el fin del gusano es el principio de la mariposa… Más allá de esto, la muerte física es un hito importante, un gran punto de inflexión en el proceso del devenir de la consciencia, al igual que lo es el nacimiento.
Lo esencial en sí no es la muerte sino cómo se muere, al igual que es importante cómo se vive. La enseñanza insiste en que la experiencia subjetiva de la propia muerte va más allá de la disolución del cuerpo, y por tanto el devenir de este “principio de consciencia” que somos depende del estado de la mente, iluminada y en paz, u oscurecida, en medio del aferramiento y la aversión. En este sentido el budismo desarrolla toda una “alta tecnología” psicológica y espiritual para aprender el arte de la consciencia, de la vida y de la muerte.A diferencia de antaño, en estos últimos años morirse en cualquier país “desarrollado” es asunto de hospitales, residencias, en lugares alejados del domicilio y de la familia, en manos de “profesionales de la salud” que viven la muerte del paciente como un fracaso, en tanto que profesionales que velan de la vida y salud de sus pacientes.La verdad es que la sociedad trata de esconder el dolor y la muerte, relegarla a los “especialistas”, negarla en definitiva. Es algo que siempre le pasa a otros, algo a evitar, negativo, algo a lo que resistirse. Y como dice el maestro budista Zen Dokushô Villaba, el tabú más perturbador de occidente no es el sexo sino la muerte.
El miedo a la muerte, a la disolución del “yo”, es el origen de la angustia, miedo y desesperación, cuando lo cierto es que el proceso de morir es absolutamente natural, como lo es la caída de las hojas en otoño o el marchitarse de las flores.
Los maestros budistas han descrito cuál es la experiencia subjetiva de la persona que está en el momento de la muerte. No es propósito de este artículo entrar en detalles sobre estas enseñanzas pero sí avalar las razones por las que los practicantes budistas demandan a la sociedad que respete ciertas normas cuando mueren las personas y, en especial, los budistas. La norma básica es la de velar el cuerpo y no molestarlo durante un período que puede oscilar entre los tres y los siete días.
En primer lugar se produce lo que los maestros llaman la disolución externa, que es cuando se disuelven los sentidos y los elementos, no referidos a elementos materiales sino a cualidades correspondientes a tierra, agua, aire y fuego. De forma somera esbozamos este proceso:
Los sentidos dejan de funcionar, ésta es la primera fase.
La disolución de los elementos comienza con el elemento tierra. El cuerpo pierde toda su fuerza, no tiene energía.
Experimenta pesadez e incomodidad. Se instala la palidez y las mejillas se hunden. Experimentamos debilidad y fragilidad, alternativamente tenemos la mente agitada y delirante y luego somnolencia.
Después el elemento agua: perdemos el control sobre nuestros líquidos, tenemos la sensación de que los ojos se secan en las cuencas. Tenemos mucha sed, la boca y la garganta pegajosas y obstruidas. La mente se nos vuelve brumosa, frustrada, irritable y nerviosa.
El elemento fuego: se secan por completo la boca y la nariz, se va el calor del cuerpo. Al respirar el aire que pasa por la boca y la nariz es frío. La mente oscila alternativamente entre la claridad y la confusión y ya no recordamos cómo se llaman nuestros parientes y amigos, ni les reconocemos. Kalu Rimpoché escribe: “Para la persona que está muriendo su experiencia interna es la de ser consumida por una llama, de hallarse en medio de un rugiente incendio, o quizá la del mundo entero consumido por un holocausto de fuego”.
El elemento aire: cada vez es más difícil respirar. Emitimos estertores y resuellos. A medida que el intelecto se disuelve la mente queda perpleja, sin conciencia del mundo exterior, todo se vuelve borroso y se va la última sensación de contacto con el entorno físico. Hay alucinaciones y visiones: si ha habido mucha negatividad en nuestra vida quizá veamos formas aterradoras, si hemos llevado una vida amable y compasiva acaso experimentemos visiones dichosas y celestiales. Para los que han llevado una buena vida, en la muerte hay paz en lugar de terror. Nuestras inhalaciones son cada vez más superficiales y nuestras exhalaciones más largas, hasta llegar a tres largas exhalaciones finales y de pronto se interrumpe la respiración. Sólo queda un ligero calor en el corazón. Todos los signos vitales han desaparecido, y éste es el momento en el que en una situación clínica moderna se nos declara “muertos”.
Pero los maestros budistas hablan de un proceso interno que todavía prosigue. Es la disolución interna:
Se disuelven los estados de pensamiento y emociones, tanto bastos como sutiles, y van apareciendo cuatro planos de conciencia de creciente sutileza
Se desarrolla un proceso inverso al de la concepción, en relación a las esencias heredadas de nuestro padre y de nuestra madre; mediante un proceso determinado de los centros y canales energéticos sutiles ambas esencias se encuentran.
Este proceso de encuentro da lugar, primero, a una experiencia como de “un cielo iluminado por la luna” y de percepción extraordinariamente clara, en la que todos los estados de pensamiento que derivan de la ira llegan a su fin. Es el resultado del descenso de la esencia del padre desde la zona de la coronilla hasta la zona del corazón. Después, la esencia de la madre asciende por el canal central del cuerpo desde la zona del bajo vientre hasta el corazón, experimentando una visión como “un sol que brilla en un cielo puro”, y una gran dicha cuando todos los estados de pensamiento que derivan del deseo dejan de funcionar. El encuentro en el corazón de ambas esencias se experimenta como “un cielo vacío envuelto en la más profunda tiniebla” y un estado mental libre de pensamientos.
Cuando empezamos a recobrar ligeramente la conciencia amanece la Luminosidad Base, o Clara Luz del Ser, como “un cielo inmaculado libre de nubes, bruma o niebla”. El Dalai Lama afirma: “Esta conciencia es la mente más sutil e íntima. La llamamos naturaleza de Buda, la fuente real de toda conciencia. El continuo de esta mente perdura incluso en la budeidad”.
LA MUERTE, UN REGRESAR A LA VIDA
Cuando morimos es como si retornáramos a nuestro estado original; todo se disuelve, mientras el cuerpo y la mente se deshilachan. Todo este proceso nos lleva a la base primordial de la naturaleza de la mente, en toda su pureza y sencillez natural. Ahora todo lo que la oscurecía queda eliminado y se revela nuestra verdadera naturaleza.
Este proceso no se experimenta solamente en el momento de la muerte; de hecho es lo que sucede cuando “llevamos la mente a casa” mediante la práctica espiritual, el entrenamiento meditativo, y tenemos experiencias de dicha, claridad y ausencia de pensamientos, que indican que el deseo, la ira y la ignorancia se han disuelto momentáneamente.
En realidad es el arte de ser consciente de todo este proceso lo que nos permite, cuando morimos, reconocer la Luminosidad Base o Clara Luz del Ser cuando aparece. La mayoría de nosotros no estamos en absoluto preparados para su pura inmensidad, para la profundidad vasta y sutil de su desnuda sencillez. Por eso, al no reconocerla, y aunque hayamos muerto, en nuestro miedo e ignorancia nos retiramos y mantenemos nuestro aferramiento. Y esto nos impide utilizar verdaderamente ese poderoso momento para liberarnos y nos vemos impulsados hacia un nuevo renacimiento, comenzando así el proceso del Bardo, o estado intermedio.
Tradicionalmente en el budismo se considera que el proceso completo desde la muerte hasta el siguiente nacimiento tiene una duración de cuarenta y nueve días, tiempo durante el cual el difunto recibe asistencia espiritual.
UN MAESTRO BUDISTA DICE DE LA MUERTE
El maestro Sogyal Rimpoché, en su libro “El libro tibetano de la vida y de la muerte” nos cuenta: “En un hospicio que conozco estaba muriendo de cáncer de mama Emily, una mujer de cerca de setenta años. Su hija solía visitarla todos los días y, al parecer, mantenían una relación feliz. Pero cuando su hija se iba, Emily casi siempre se sentaba a llorar a solas. La causa del llanto, como no tardó en saberse, era que su hija se negaba en redondo a aceptar la inevitabilidad de la muerte y se pasaba el rato alentando a su madre a “pensar de un modo positivo”, con la esperanza de que así se curaría el cáncer.
Lo que en realidad ocurría era que Emily tenía que guardarse para sí todos sus pensamientos, profundos temores, pánico y aflicción, sin poder hablar de ellos con nadie, sin tener a nadie que le ayudara a explorarlos, a nadie que le ayudara a entender su vida ni a nadie que le ayudara a encontrar un sentido curativo a su muerte.
Lo esencial en la vida es establecer con los demás una comunicación sincera y libre de temores, y ésta nunca es tan importante como cuando se trata de una persona moribunda, como me enseñó Emily”.
Para poder tener un acercamiento auténtico a alguien que está en trance de muerte es necesario hacerle frente a la propia muerte, al propio dolor que anida en el fondo de nuestro corazón y que aflorará antes o después, y sin posibilidad de aplazamiento, en el momento de la propia muerte. Es necesario tener el coraje y la autenticidad de abordar el estudio de nosotros mismos para poder afrontar la perdida como algo inevitable y evolutivo del ser.
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