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sábado, 12 de julio de 2014








¿Sueños, viajes o fantasías?



Por: Matilde Arteaga


Casi siempre esperamos un acontecimiento que detone la raíz de nuestros recuerdos y en base a ello, comenzar a tejer las historias de la noche para nuestros ávidos lectores.

Esperando a que lleguen los recuerdos, la memoria se niega a trabajar en los recuerdos de los sueños y las pesadillas que se agazapan en el subconsciente y cada noche se presentan por medio de simbólicas y extrañas imágenes, dotadas de presencia, colores, olores y sensaciones, a veces placenteras, terroríficas o inadvertidas, porque al abrir cada mañana los ojos, la película se va desvaneciendo entre más queremos rescatar la trama nocturna que viaja en los movimientos REM de nuestros ojos cerrados, cuando trabajan a la caza de argumentos, imágenes, historias o recuerdos de nuestras vidas pasadas, presentes o futuras, pues el territorio de los sueños es un mundo virgen y extraño en donde nunca sabemos de donde provienen esas raras e inquietantes cuando no absurdas historias.

Sensaciones de presencias, sombras que nos acechan al pie de la cama, luces y reminiscencias de ángeles, santos y dioses, cúpulas de extrañas iglesias, puertas que se abren a paisajes inéditos, estatuas gigantescas, ciudades desconocidas y distintas, rostros desconocidos, visitantes de otros mundos y repentinamente, las caras de nuestros amigos desaparecidos en este mundo y vivientes en el otro.

A cada paso se abren camino los misterios de la noche, las vivencias, imágenes y sensaciones de nuestra fructífera y misteriosa vida interior, aderezada con figuras nuevas, extrañas y distintas a cuanto vemos y conocemos en el mundo llamado real.

Inéditas geometrías, artilugios nunca antes vistos, inventos que se quedan en el país de los sueños y que si patentáramos pudiéramos volvernos millonarios; notas musicales, sinfonías enteras, nuevas formas de escribir poesías, presentimientos y premoniciones, viajes al pasado y al futuro… todo ello es posible con sólo cerrar los ojos, aunque a veces quisiéramos abrirlos lo más pronto posible cuando las pesadillas nocturnas irrumpen en el paraíso onírico para hacernos sentir sudorosos y ansiosos, tras encontrarnos en sueños recurrentes los fantasmas que nos acompañan desde la niñez y los sueños repetitivos que para la ciencia tienen su nombre, pero que no dejan de presentarse haciéndonos sentir el terror puro, para luego despertar a punto del síncope, pero… ¡vivos y a salvo!

El pasadizo o túnel de los sueños, cada noche nos conecta con nuevas e insólitas experiencias. Por soñar no se paga y… se vale soñar, como dice un dicho.


Nuestros sueños no tienen principio ni fin; invaden el día y repentinamente nos juegan malas pasadas cuando estamos concentrados en un arduo trabajo, viajando en el autobús o intentando resolver un crucigrama.

Repentinamente, las imágenes se presentan y nos hacen inquietarnos, intentando asirlas pero se resbalan de nuestros dedos como trozos de mantequilla y nos devanamos los sesos tratando de recobrar las historias.

Rara vez recuerdo un sueño completo, pero cuando lo hago, es porque me dejó bastante impresionada. El primer sueño que rememoro lo tuve en mi niñez. Unas extrañas calaveras recorrían una ciudad repleta de cúpulas y de vitrales en los que sobresalían los tonos violeta, rojo y azul.

Esqueletos disfrazados de obispos con túnicas color morado y púrpura que recorrían las calles y tocaban puertas queriendo arrebatar a las madres sus hijos. Yo tenía escasos cuatro años, pero nunca he olvidado ese sueño o pesadilla que me causó bastante mala impresión.

He tenido miles de sueños, pero… recuerdo con especial atención uno en el que al parecer me fue concedido acudir a la Pasión de Cristo:

Salía yo de mi casa por la noche y caminaba hacia la carretera. En ese lugar, esperaba unos minutos repentinamente aparecía un auto negro de lujo de modelo antiguo, en el que viajaban tres damas vestidas de luto.

Cuando abordaba este vehículo, que al parecer venía por mí, se enfilaba hacia un lugar desconocido. En cierto paraje la carretera se convertía en tierra y descendíamos del auto y subíamos a una carroza tirada por caballos que ya nos esperaba en ese sitio.

Unos kilómetros más adelante nos internábamos en un paraje lleno de maleza y unos metros más adelante contemplaba un monte y mucha gente vestida a la usanza de los judíos.

En ese momento, las señoras de negro se separaban de mí y me decían que ahí mismo nos reencontraríamos más tarde.

Empezaba a caminar y cuanto más subía, me encontraba con gente que parecía no verme ni conocerme, absorta en su propia experiencia que en ese momento era totalmente insólita, pues permanecían en tres cruces al que reconocí como Cristo y los dos ladrones.

Súbitamente el cielo se comenzaba a nublar y el rostro de Jesús aparecía extrañamente cercano a mi cara, como si hubiera descendido del monte para estar a unos centímetros de mí. La cara sangrante, la corona de espinas y la expresión de dolor y agonía me cimbraron hasta lo más profundo de mi ser y aún faltaba lo peor: “Yo estoy aquí por culpa de todos ustedes”, me dijo. En ese momento yo sabía que la muerte era inevitable y rompía en llanto pidiéndole perdón y sintiendo una tristeza muy grande al comprender la magnitud de ese sacrificio.

Cuando su figura se apartó y lo volví a ver enfrente, sobre el monte, la tierra comenzó a temblar y los personajes con vestiduras antiguas comenzaban a correr, mientras la tierra se abría y todo era un caos, justo en el momento en el que el Nazareno expiraba.

Comprendí, por una misteriosa razón que yo no debía permanecer más en ese sitio y bajé como pude, a toda prisa, entre la confusión, los gritos y las sombras. Llegué al lugar en donde me había quedado de ver con esas tres mujeres de negro y el carruaje ya estaba ahí. Subí de inmediato y se puso en marcha y tras hacer un recorrido, se volvió a parar en el sitio en donde lo habíamos abordado; en ese momento subimos al auto negro y minutos más tarde éste llegaba a la misma carretera donde lo había abordado y yo descendía. Al momento de bajar, desperté, con la sensación de que todo eso había sido muy real y recordando, como me parece verlo ahora, el rostro de Jesús, tan conmovedor y agónico, en el momento cumbre de su Pasión.

Creo que este sueño nunca lo olvidaré. Usted… ¿lo olvidaría?





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